Diario de Noticias, 15-12-2002
El tiempo silenciado ha durado tantos años que les ha desgarrado por dentro. Por eso y para no sucumbir a la locura, para poder sobrevivir, para dignificar el pasado y su desmemoria uno necesita aferrarse a algo, a sus propios principios, a quienes los defendieron y, sobre todo, necesita transmitirlos. Y con orgullo. Uno que no es otro que el hijo, la mujer, el amigo... poco más. Los mismos que compartieron antes, durante y después la secuencia de la impunidad y el dolor, la omnipotencia del poder y el vacío de la historia. En ese orden.
"Están muertos y como si fueran perros". Andresa Goñi Esparza, una de las últimas viudas casedanas, no tiene la voz quebrada de una anciana de 92 años, su quejido es potente y su mirada rebelde pese a que, entre relatos, se desploma en llanto. La rabia mantiene sus labios apretados. Como si fuera ayer, como si 66 años que han pasado desde que fusilaron a su marido no hubieran conseguido dulcificar su carácter. "Desde los 26 años estoy rabiando. No deseo el mal a nadie pero he odiado a la gente y sigo sintiendo odio". ¿Para qué ha servido esa guerra?, pregunto. "¿Guerra o caza? Para tener odio y para no perdonar", sentencia. Encontrar los restos de aquellos hombres ajusticiados y darles sepultura es lo único que realmente ha reconfortado su espíritu. "Ante el mundo se les ha hecho un homenaje".
Su hija, de 72 años, madre de tres hijos y abuela de tres nietos, tenía cinco años cuando acribillaron a su padre un 4 de diciembre de 1936. Dos años después de perderlo recibió la primera Comunión vestida de negro y, en lugar de medalla, lucía en su pecho una fotografía de su padre. "Yo me quedé más conforme con éso porque ellos nos hacían no creer en nada", confiesa su madre con la misma dignidad y orgullo que le han mantenido viva tantos años. Es la segunda generación la que se ha enorgullecido de los perdedores: "Ante el mundo se les ha hecho un homenaje. Los hijos y nietos de aquellos luchadores conocen su historia para que la memoria viva, para que no se repita".
La iniciativa que han llevado a cabo los familiares de los fusilados en Navarra y que ha llegado hasta el Parlamento foral para su reconocimiento político "llega tarde, pero es positiva". "Desde que se instauró la democracia se tenía que haber dignificado a estas personas y condenar estos hechos. A los que murieron de la otra parte, desde luego no tantos, siempre se les ha reconocido y se les ha dejado recordarlos, pero no a los nuestros. Pasaron muchos años pero seguía siendo un tema tabú", señalan. Superada la Transición democrática, Pilar García Goñi emprendió la insegura y peligrosa tarea de encontrar los restos de su padre y de otros cuatro camaradas rojos (socialistas, republicanos, de la UGT y de la CNT) que, tras su detención durante la guerra, fueron encarcelados en Pamplona donde permanecieron durante cuatro meses antes de ser ajusticiados.
La iniciativa que han llevado a cabo los familiares de los fusilados en Navarra y que ha llegado hasta el Parlamento foral para su reconocimiento político "llega tarde, pero es positiva". "Desde que se instauró la democracia se tenía que haber dignificado a estas personas y condenar estos hechos. A los que murieron de la otra parte, desde luego no tantos, siempre se les ha reconocido y se les ha dejado recordarlos, pero no a los nuestros. Pasaron muchos años pero seguía siendo un tema tabú", señalan. Superada la Transición democrática, Pilar García Goñi emprendió la insegura y peligrosa tarea de encontrar los restos de su padre y de otros cuatro camaradas rojos (socialistas, republicanos, de la UGT y de la CNT) que, tras su detención durante la guerra, fueron encarcelados en Pamplona donde permanecieron durante cuatro meses antes de ser ajusticiados.
Pilar supo a través de diferentes testimonios que a su padre lo mataron en el paraje de Sengariz situado junto a la carretera a Sangüesa, si bien desconocía su emplazamiento concreto. La clave fue su visita a Izco. Gracias a la colaboración de un vecino mayor que le acompañó por caminos y campos consiguió llegar al lugar candidato. "Allí deposité unos claveles rojos de plástico y una tarjeta plastificada con mi dirección para que aquellas personas que buscaban pudieran ponerse en contacto conmigo. Y así fue porque dos vecinos de Mendavia y Cárcar terminaron allí, y nos pusimos de acuerdo para desenterrar los restos", relata Pilar. Su sorpresa fue descubrir que no eran cinco sino un total de 38 los hombres que acabaron sus días en aquel hoyo, procedentes de Cáseda, Mendavia, Cárcar y Andosilla. Sus familiares encargaron un panteón y organizaron un funeral el 10 de junio de 1979. Ejercer la libertad necesita la presencia del otro que la habilite y aquel acto fue "reconocer" que lo siniestro no puede ocultarse.
"Pusimos al panteón una paloma de la paz y un día la encontramos rota, creíamos que era algún chaval pero después de volverla a colocar con un pequeño atrio estaba tiroteada; no era una gamberrada. Se repuso, pero estoy segura que sus autores ni siquiera vivieron esa época sino que fueron los hijos a los que se les ha inducido ese odio", reflexiona Pilar. Tras aquel funeral, Pilar acudió a más de una veintena de pueblos para honrar a otros muertos. "Confraternizamos todos, hicimos cantidad de amistades y fue muy emocionante. Todos los muertos eran uno. A varios pueblos los socialistas acudieron e incluso en algunos con coronas de flores, pero en Cáseda no aparecieron y aquello me produjo una desilusión enorme", sostiene.
Su madre entendió entonces que los socialistas todavía tenían miedo a reunirse todos juntos, pero su hija rebate esta opinión al afirmar que Andresa todavía tiene el miedo "metido en el cuerpo". "Cuando me dijeron que mi marido había desaparecido se me ensanchó el cuerpo porque ya no me importaba lo que me pudiera pasar". Rechaza pese a todo ser una mujer de coraje y afirma que ha habido casos peores, mujeres que quedaron viudas con cinco y seis hijos, y "tuvieron que ir a trabajar a casa de los que les habían hecho el mal con buena amargura si querían dar de comer a sus hijos".
Postguerra
La postguerra fue dura. Se impuso la ley del silencio. "Cada uno vivía como podía pero nadie hablaba. Se vivió muchos años con miedo. La tierra se la quedaron en ellos y muchos la hicieron de su propiedad". "Mandaban los falanges y requetés y nosotros éramos los comunistas, los rojos, los malos", dice Andresa. La religión era además utilizada, mantienen, de forma interesada cuando, en realidad, "entre los fusilados había hombres que iban a misa todos los días, que rezaban el rosario... ".
"Pusimos al panteón una paloma de la paz y un día la encontramos rota, creíamos que era algún chaval pero después de volverla a colocar con un pequeño atrio estaba tiroteada; no era una gamberrada. Se repuso, pero estoy segura que sus autores ni siquiera vivieron esa época sino que fueron los hijos a los que se les ha inducido ese odio", reflexiona Pilar. Tras aquel funeral, Pilar acudió a más de una veintena de pueblos para honrar a otros muertos. "Confraternizamos todos, hicimos cantidad de amistades y fue muy emocionante. Todos los muertos eran uno. A varios pueblos los socialistas acudieron e incluso en algunos con coronas de flores, pero en Cáseda no aparecieron y aquello me produjo una desilusión enorme", sostiene.
Su madre entendió entonces que los socialistas todavía tenían miedo a reunirse todos juntos, pero su hija rebate esta opinión al afirmar que Andresa todavía tiene el miedo "metido en el cuerpo". "Cuando me dijeron que mi marido había desaparecido se me ensanchó el cuerpo porque ya no me importaba lo que me pudiera pasar". Rechaza pese a todo ser una mujer de coraje y afirma que ha habido casos peores, mujeres que quedaron viudas con cinco y seis hijos, y "tuvieron que ir a trabajar a casa de los que les habían hecho el mal con buena amargura si querían dar de comer a sus hijos".
Postguerra
La postguerra fue dura. Se impuso la ley del silencio. "Cada uno vivía como podía pero nadie hablaba. Se vivió muchos años con miedo. La tierra se la quedaron en ellos y muchos la hicieron de su propiedad". "Mandaban los falanges y requetés y nosotros éramos los comunistas, los rojos, los malos", dice Andresa. La religión era además utilizada, mantienen, de forma interesada cuando, en realidad, "entre los fusilados había hombres que iban a misa todos los días, que rezaban el rosario... ".
Andresa sufrió además otro tipo de vejaciones como otras muchas mujeres. A catorce de ellas les cortaron el pelo al celo y las pasearon por las calles. "Las llevaban a misa con el pelo rapado después de haber fusilado a sus maridos", relata Pilar. A Andresa no se le olvidará mientras viva una misa mayor a la que les obligaron a asistir. "Fuimos con las cabezas cortadas, y había tres falanges a un lado y otros tres a otro con fusiles y las bayonetas caladas que brillaban como la plata. En ese momento sentí de todo corazón que si Dios existía de verdad, tenía que hundir la iglesia". Los mismos que iban a la novena de la Purísima, tras comulgar se reunían para "señalar a los que tenían que caer. Y decían que desde los siete años había que liquidarlos".
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