Diario de Noticias, 15-12-2002
Máximo Leoz es uno de los pocos testimonios en vida que retiene en su memoria los avatares sufridos desde 1936. Fue uno más de los que huyeron de la represión cuando los Pirineos constituían la única frontera permeable. Un testimonio que muestra el factor humano del exilio durante la Guerra Civil, una historia que ilumina el rostro de un hombre que casi no ve ni oye, y que es hoy, entre sus compañeros de una residencia de ancianos, uno de los más queridos. Nació en 1900 y a sus 102 años recuerda los mejores y peores años de su vida con una lucidez asombrosa. La lectura ha sido uno de sus puntos de apoyo, al igual que confiesa que "comer todos los días algún alimento crudo" es su secreto para vivir tantos años.
Fue uno de los ocho hermanos de una humilde familia casedana. Su espíritu transgresor ya apuntaba maneras cuando a los 20 años se fue a Cuba para evitar un servicio militar tras el que le esperaban "tres años en Marruecos donde estaban matando a los españoles". De ideología anarquista, se afilió a la UGT por ser el Centro Obrero existente más afín a su ideología e impulsó la CNT de Cáseda coincidiendo con el inicio de las obras del Canal. "No teníamos ideología concreta, defendíamos a trabajadores, a los pobres, éramos hombres de izquierda", enfatiza.
Nieve y hambre
Máximo no puede olvidar que todos aquellos que defendieron el reparto de la tierra desaparecieron. Tras el alzamiento militar, él y su hermano Bruno permanecieron escondidos en casa de unos amigos del pueblo durante cuatro meses albergando la esperanza de que la guerra acabaría pronto. "Sin embargo vimos que la guerra continuaba y que estábamos poniendo en peligro a las personas que nos estaban dando cobijo por lo que decidimos escapar a Francia". Una noche abandonaron la casa. La odisea era arriesgada teniendo en cuenta que su estado físico no era el mejor; habían estado cuatro meses sin trabajar y bien alimentados...
La ocupación militar de los puentes y accesos les obligó a atravesar a nado el río Aragón, y refugiarse en escondrijos. Pasaron mil penurias y permanecieron sin dormir. Destacan los cinco días en los que no tuvieron nada que comer o la nevada de 25 centímetros que les retuvo en la frontera una fría mañana de noviembre. Un mapa que marcaba los montes del Pirineo pero no recogía los pueblos sirvió de guía durante su travesía hasta San Jean de Pie de Port. En un caserío encontraron a unos pastores de Jaurrieta que les ofrecieron mantel y comida. "Nos advirtieron que andaban los requetés y falangistas, así que volvimos escopeteados al monte". Máximo se ha topado, dice, con gente "buena y mala" a lo largo de su vida, y esa percepción no ha tenido que ver con las relaciones vividas sino con pequeños detalles. Una vez que pisaron suelo francés, encontraron un caserío donde el patrón se empeñó en limpiar con sus propias manos los zapatos que llevaban de barro. "Eran pastores, dijimos que pertenecíamos a un partido independiente y que no queríamos ir a la guerra". Siempre con pies de plomo.
En Francia poseían la dirección de una prima que se había casado con un francés en Marsella. Carecían de papeles y "en Francia no nos dejaban estar, así que pensamos en ir a Barcelona donde estaban los de izquierda y trabajaban muchos casedanos antes incluso de la guerra". Durante la guerra trabajaron en una fábrica de metalurgia, pero acabada la contienda se vieron obligados a regresar a Francia. Los franceses miraban con desconfianza a los españoles, opinión que cambió cuando la barbarie del fascismo les alcanzó a ellos y los españoles, curtidos en tres años de guerra, se convirtieron en una ayuda inestimable para montar y reorganizar la Resistencia. Los Leoz fueron a parar a un campo de concentración de Bran Aude donde los gendarmes les plantearon la disyuntiva de volver a España o servir a la Legión Extranjera. En este caso la suerte estuvo de su parte porque la maquinaria bélica de la Segunda Guerra Mundial exigía mano de obra para trabajar "y se vieron obligados a echar mano de nosotros". Su hermano murió durante un bombardeo alemán mientras esperaba su turno para trabajar en un comedor infantil. Leía el periódico cuando la aviación nazi atacó la ciudad. Él trabajaba entonces en una fábrica de alambres, también en Marsella. Allí se instaló trece años. La vida de los exiliados españoles no dejó de ser una continua decepción. Lo sería cuando los aliados dieron la espalda a España y dejaron que Mussolini y Hitler dieran su apoyo al fascismo.
Pero su estilo inclaudicable y libérrimo pronto le llevaría a enfrentar nuevas vicisitudes. En 1952 planteó con éxito ante el cónsul español la posibilidad de regresar a España. Su retorno a Cáseda en 1952 tenía como condición presentarse todas las semanas en el cuartel de la Guardia Civil e ir a misa todos los domingos, además de la expresa prohibición de hablar con el resto de compañeros. "Lo primero que hice el primer domingo fue juntarme con ellos y pasearme delante del sargento de la Guardia Civil. Podía regresar a Francia si era necesario". A través de un amigo consiguió trabajo para Telefónica en Elizondo antes de volver al campo en Cáseda con su hermano mayor. Tuvo una hija (le ha dado cinco nietos) con su mujer a la que conoció en Barcelona. "Pensamos en casarnos cuando acabase la guerra pero murió". La sociedad ha cambiado de luchas. "Ahora viven mejor que nunca, han puesto una fábrica en Cáseda, Viscofán, ganan más de 200.000 pesetas y todos tienen buenos coches...". Y es que a Leoz se le escapa la crítica a esta sociedad consumista que le ha tocado vivir y que además relega a los abuelos a un segundo plano. "Antes los viejos morían en casa y jugando con los nietos... hoy no hay ese cariño que había con la familia".
Fue uno de los ocho hermanos de una humilde familia casedana. Su espíritu transgresor ya apuntaba maneras cuando a los 20 años se fue a Cuba para evitar un servicio militar tras el que le esperaban "tres años en Marruecos donde estaban matando a los españoles". De ideología anarquista, se afilió a la UGT por ser el Centro Obrero existente más afín a su ideología e impulsó la CNT de Cáseda coincidiendo con el inicio de las obras del Canal. "No teníamos ideología concreta, defendíamos a trabajadores, a los pobres, éramos hombres de izquierda", enfatiza.
Nieve y hambre
Máximo no puede olvidar que todos aquellos que defendieron el reparto de la tierra desaparecieron. Tras el alzamiento militar, él y su hermano Bruno permanecieron escondidos en casa de unos amigos del pueblo durante cuatro meses albergando la esperanza de que la guerra acabaría pronto. "Sin embargo vimos que la guerra continuaba y que estábamos poniendo en peligro a las personas que nos estaban dando cobijo por lo que decidimos escapar a Francia". Una noche abandonaron la casa. La odisea era arriesgada teniendo en cuenta que su estado físico no era el mejor; habían estado cuatro meses sin trabajar y bien alimentados...
La ocupación militar de los puentes y accesos les obligó a atravesar a nado el río Aragón, y refugiarse en escondrijos. Pasaron mil penurias y permanecieron sin dormir. Destacan los cinco días en los que no tuvieron nada que comer o la nevada de 25 centímetros que les retuvo en la frontera una fría mañana de noviembre. Un mapa que marcaba los montes del Pirineo pero no recogía los pueblos sirvió de guía durante su travesía hasta San Jean de Pie de Port. En un caserío encontraron a unos pastores de Jaurrieta que les ofrecieron mantel y comida. "Nos advirtieron que andaban los requetés y falangistas, así que volvimos escopeteados al monte". Máximo se ha topado, dice, con gente "buena y mala" a lo largo de su vida, y esa percepción no ha tenido que ver con las relaciones vividas sino con pequeños detalles. Una vez que pisaron suelo francés, encontraron un caserío donde el patrón se empeñó en limpiar con sus propias manos los zapatos que llevaban de barro. "Eran pastores, dijimos que pertenecíamos a un partido independiente y que no queríamos ir a la guerra". Siempre con pies de plomo.
En Francia poseían la dirección de una prima que se había casado con un francés en Marsella. Carecían de papeles y "en Francia no nos dejaban estar, así que pensamos en ir a Barcelona donde estaban los de izquierda y trabajaban muchos casedanos antes incluso de la guerra". Durante la guerra trabajaron en una fábrica de metalurgia, pero acabada la contienda se vieron obligados a regresar a Francia. Los franceses miraban con desconfianza a los españoles, opinión que cambió cuando la barbarie del fascismo les alcanzó a ellos y los españoles, curtidos en tres años de guerra, se convirtieron en una ayuda inestimable para montar y reorganizar la Resistencia. Los Leoz fueron a parar a un campo de concentración de Bran Aude donde los gendarmes les plantearon la disyuntiva de volver a España o servir a la Legión Extranjera. En este caso la suerte estuvo de su parte porque la maquinaria bélica de la Segunda Guerra Mundial exigía mano de obra para trabajar "y se vieron obligados a echar mano de nosotros". Su hermano murió durante un bombardeo alemán mientras esperaba su turno para trabajar en un comedor infantil. Leía el periódico cuando la aviación nazi atacó la ciudad. Él trabajaba entonces en una fábrica de alambres, también en Marsella. Allí se instaló trece años. La vida de los exiliados españoles no dejó de ser una continua decepción. Lo sería cuando los aliados dieron la espalda a España y dejaron que Mussolini y Hitler dieran su apoyo al fascismo.
Pero su estilo inclaudicable y libérrimo pronto le llevaría a enfrentar nuevas vicisitudes. En 1952 planteó con éxito ante el cónsul español la posibilidad de regresar a España. Su retorno a Cáseda en 1952 tenía como condición presentarse todas las semanas en el cuartel de la Guardia Civil e ir a misa todos los domingos, además de la expresa prohibición de hablar con el resto de compañeros. "Lo primero que hice el primer domingo fue juntarme con ellos y pasearme delante del sargento de la Guardia Civil. Podía regresar a Francia si era necesario". A través de un amigo consiguió trabajo para Telefónica en Elizondo antes de volver al campo en Cáseda con su hermano mayor. Tuvo una hija (le ha dado cinco nietos) con su mujer a la que conoció en Barcelona. "Pensamos en casarnos cuando acabase la guerra pero murió". La sociedad ha cambiado de luchas. "Ahora viven mejor que nunca, han puesto una fábrica en Cáseda, Viscofán, ganan más de 200.000 pesetas y todos tienen buenos coches...". Y es que a Leoz se le escapa la crítica a esta sociedad consumista que le ha tocado vivir y que además relega a los abuelos a un segundo plano. "Antes los viejos morían en casa y jugando con los nietos... hoy no hay ese cariño que había con la familia".
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